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Se ha dicho que el periodismo consiste en revelar lo que alguien quiere que se oculte. Lo demás es propaganda. El corolario (algunos lo atribuyen a Joseph Pulitzer) es discutible, sobre todo en estos tiempos de “filtraciones”, en los que a través de éstas se conocen asuntos en los cuales los reporteros no han actuado.Se recuerda, por ejemplo, los tiempos del caso ocho mil en Colombia, cuando a los medios de comunicación se filtraban expedientes y otros documentos que alimentaban, sin previa investigación periodística, las informaciones sobre Ernesto Samper y compañía. Ese período fue uno de los más pasivos en la prensa colombiana.
Ahora, con el escándalo mundial provocado por Wikileaks en torno a las filtraciones de cables diplomáticos del Departamento de Estado gringo, vuelve a la palestra la discusión sobre el periodismo investigativo. Si se trata de que los medios esperen, como el caso en cuestión, informaciones y revelaciones espectaculares –también de enorme importancia- procedentes no de las investigaciones de sus reporteros y editores, para darlas a conocer. O si el medio debe tomar las iniciativas y ejecuciones de investigación periodística.
Wikileaks acaba de filtrar “el mayor conjunto de documentos confidenciales que jamás se hayan dado a conocer, que proporcionan una visión sin precedentes de las actividades en el exterior del gobierno estadounidense”. La cantera informativa, que ha comenzado a ser publicada por cinco periódicos y revistas de gran calado, en rigor no es nada distinto a lo ya sabido: que los gobiernos mienten, que los Estados Unidos intervienen en los asuntos internos de otros países, que secuestran personas en cualquier parte y las entregan a terceros países para que sean torturadas a fin de sacarles información, etc.
Una caricatura del diario El País, de España, ilustra esta situación. Un lector de las filtraciones exclama: “Qué horror… ¡resulta que el mundo es tal como sabíamos que era!”. Es decir, que en las guerras se juega sucio, que las superpotencias presionan a los débiles, los humillan, los explotan, que los gobiernos son títeres de la banca y de las transnacionales, en fin.
Las filtraciones de Wikileaks (ya están por conocerse las relativas a Colombia) demuestran lo que ya se presumía: los gobiernos gringos, la CIA, las multinacionales, los dueños del mundo, hacen lo que les da la gana. Es vox populi: los Estados Unidos no tienen amigos; tienen intereses. Desde los tiempos de los criminales Nixon y Kissinger (ah, y desde mucho antes), se sabía acerca de las intervenciones estadounidenses en otros países: poner gobiernos peleles, derrocar presidentes, boicotear economías, apoyar grupos anticomunistas (como la Triple A argentina), diseñar estrategias siniestras como el Plan Cóndor, etc. Hubo periodismo investigativo que proporcionó elementos fundamentales acerca del papel del imperialismo y de sus tropelías internacionales.
Los documentos revelados, que apenas pueden ser una pequeña parte de la excrementicia diplomacia gringa, pueden servir como base para emprender, de parte de periódicos y otros medios, investigaciones de fondo y no solamente fungir como receptáculos. En Colombia, por ejemplo, habría que seguir profundizando acerca de los “falsos positivos”, el espionaje ilegal del DAS, las bases militares norteamericanas, las fosas comunes en La Macarena y otros asuntos.
En los setentas, cuando Bernstein y Woodward, los dos reporteros del Washington Post, investigaron el caso Watergate, este mismo escándalo sirvió paradójicamente para opacar un episodio peor del gobierno y la política exterior estadounidenses: Los papeles del Pentágono. Daniel Ellsberg, el primer informante de los documentos, fue señalado por el establecimiento como el hombre más peligroso de los Estados Unidos.
Su actitud heroica y de amor a la verdad, calificada por el gobierno de Nixon y Kissinger como antipatriótica y de alta traición, no sólo sirvió para la defensa de la libertad de prensa, sino para finalizar la guerra de Vietnam, en la que Estados Unidos fue derrotado por un pueblo de campesinos y cultivadores de arroz.
El revuelo por lo de Wikileaks (que no debe afectar ni reemplazar al periodismo investigativo) y las revelaciones suministradas, dan cuenta de una situación, tal como lo señaló el lingüista Noam Chomsky: el profundo odio por la democracia que tiene el imperialismo norteamericano.
Tomado de www.elespectador.com