Eliane Brum
(8 de julio de 2016)
Nos creemos tan libres como dueños de tabletas y móviles, vamos a cualquier lugar en Internet, luchamos por las causas incluso de países del otro lado del planeta, participamos en protestas globales y casi no nos damos cuenta de que hemos creado una postsumisión. O un tipo más peligroso e insidioso de sumisión. Nos hemos esforzado libremente y con gran ahínco para alcanzar la meta de trabajar 24/7. Veinticuatro horas siete días a la semana. Ningún capitalista había soñado tanto. El jefe nos alcanza en cualquier lugar, a cualquier hora. La jornada de trabajo ya no acaba nunca. Ya no hay un espacio de trabajo y un espacio de recreación, ya no hay ni siquiera una casa. Todo se confunde. Internet se ha usado para borrar las fronteras también del mundo interno, que ahora es un fuera. Estamos siempre, de algún modo, trabajando, haciendo networking, debatiendo (o discutiendo), interviniendo, tratando de no perdernos nada, sobre todo las noticias ordinarias. Nos consumimos animadamente, al ritmo de emoticonos. Y, así, perdemos tan solo el alma. Y logramos una hazaña sin precedentes: ser amos y esclavos al mismo tiempo.
Como en la época de la aceleración los años ya no comienzan ni terminan, solo se juntan unos a otros, tanto como los meses y como los días, la mitad de 2016 llegó cuando parecía que aún era marzo. Estamos exhaustos y corriendo. Exhaustos y corriendo. Exhaustos y corriendo. Y la mala noticia es que vamos a seguir exhaustos y corriendo, porque exhaustos-y-corriendo se ha convertido en la condición humana de esta época. Y ya hemos notado que esa condición humana un cuerpo humano no la aguanta. Entonces, el cuerpo se ha convertido en una molestia, un apéndice incómodo, un no-da-abasto que enferma, se queda ansioso, entra en pánico. Y, por eso, hemos dopado este cuerpo fallido, que se retuerce al ser sometido a una velocidad no humana. Nos hemos convertido en exhaustos-y-corriendo-y-dopados. Porque solo dopados seremos capaces de continuar exhaustos-y-corriendo. Por lo menos hasta que hemos conseguido librarnos de este cuerpo convertido en barrera. El problema es que el cuerpo no es otro, al cuerpo es a lo que llamamos yo. El cuerpo no es un límite, sino la propia condición. El cuerpo es.
Los clics de internet son los remos de las antiguas galeras. Remad... Haced clic.
Los clics de Internet se han convertido en los remos de las antiguas galeras. Remad remad remad. Haz clic haz clic haz clic para no quedarte atrás y morir. Pero el presente, a esa velocidad, es un pretérito continuo. Si la Internet parece haber encogido el mundo, y miles de kilómetros se pueden reducir a un clic, como dicen el cliché y algunos anuncios, nuestro mundo interior se ha quedado a océanos de nosotros. Conectados al planeta entero, estamos desconectados del yo y también del otro. Incapaces de la alteridad, el otro se ha convertido en alguien a destruir, bloquear o incluso borrar. Hablamos mucho, pero solos. Escasas son las conversaciones, la red se ha convertido en parte en un interminable discurso autorreferencial, un delirio narcisista. Y narciso es un yo sin yo. Porque para que exista el yo es necesario el otro.
Tal vez una parte de lo que consideramos activismo sea un nuevo tipo de pasividad
Hay tanta información disponible, pero tal vez nos estemos volviendo imbéciles. Porque nos falta la contemplación, nos falta el vacío que impulsa la creación, nos faltan los silencios. Nos falta hasta el tedio. Sin la experiencia no hay conocimiento. Y tal vez una parte del activismo sea una ilusión de activismo, porque sin el otro. Tal vez una parte de lo que creemos ser activismo sea, al contrario, pasividad. Un nuevo tipo de pasividad, llena de gritos, de certezas y de puntos de exclamación. Los espasmos se han convertido en rutina y, al vivir a espasmos, un espasmo anula el otro espasmo, que anula el otro espasmo. Cuando todo es grito ya no hay grito. Cuando todo es urgencia ya no hay urgencia. Al final del día que no acaba queda la ilusión de haber luchado todas las luchas, intervenido en todos los procesos, protestado contra todas las injusticias. Los espasmos agotan, consumen. Pero no mueven. Apaciguan, pero no mueven. Entorpecen, ¿pero moverán?
Sobre este tema hay un pequeño libro, precioso, con el sugestivo título de La Sociedad del Cansancio. Su autor es el filósofo Byung-Chul Han, un coreano radicado en Alemania, que es profesor universitario de filosofía y estudios culturales en Berlín. En este libro, Han establece un diálogo crítico con pensadores como Alain Ehrenberg, Giorgio Agamben, Michel Foucault, Hannah Arendt, Walter Benjamin o Friedrich Nietzsche, entre otros. Sin embargo, mi diálogo con él es por mi cuenta y riesgo.
Sobre esta nueva condición, Han dice:
“La sociedad del trabajo y la sociedad del desempeño no son sociedades libres. Generan nuevas coerciones. La dialéctica del amo y el esclavo se corresponde, no en última instancia, con aquella sociedad en la que cada uno es libre y sería capaz también de tener tiempo libre para el ocio. Lleva, por el contrario, a una sociedad del trabajo, en la que el propio amo se ha transformado en un esclavo del trabajo. En esta sociedad coercitiva, cada uno carga consigo su campo de trabajo. La especificidad de este campo de trabajo es que somos al mismo tiempo prisioneros y vigías, víctimas y agresores. Así, acabamos explotándonos a nosotros mismos. Con eso, la explotación es posible incluso sin señorío”.
Los autónomos son autómatas, programados para azotarse a sí mismos
Hemos llegado a esto: la explotación incluso sin un patrón, ya que la hemos interiorizado. ¿Quién es el peor de los señores, sino el que vive dentro de nosotros? En nombre de términos falsamente emancipadores, tales como iniciativa empresarial, o de eufemismos perversos, como la “flexibilización”, crece el número de “autónomos”, libres tan solo de matarse a trabajar. Los autónomos son autómatas, programados para azotarse a sí mismos. E incluso los empleados se “autonomizan”, porque la jornada de trabajo ya no acaba. Todos, trabajadores culpados porque no consiguen producir aún más, en una autoimagen partida, en la que suponen que su desempeño solo está limitado porque el cuerpo es un inconveniente.
Para este filósofo, la sociedad del siglo XXI ya no es disciplinaria, como en la construcción de Foucault (1926-1984). Sino una sociedad del desempeño. Sus habitantes tampoco se llaman “sujetos de obediencia”, sino “sujetos de desempeño y producción”. Son empresarios de sí mismos.
Si la sociedad disciplinaria era una sociedad de negatividad, el aumento de la desregulación creciente va aboliéndola. La afirmación “Yes, we can”, desde el punto de vista de Han, expresa el carácter de positividad de la sociedad del desempeño. En lugar de “prohibición”, “mandamiento” o “ley”, entran “proyecto”, “iniciativa” y “motivación”. Así, no es casual que la depresión sea la enfermedad de esta época. La sociedad disciplinaria está dominada por el “no”. Su negatividad genera locos y delincuentes. La sociedad del desempeño, a la cual habríamos evolucionado, al contrario, produce depresivos y fracasados. La sociedad del desempeño, en palabras de Han, produce infartos psíquicos.
"El depresivo es el inválido de la guerra interiorizada de la sociedad del desempeño"
El depresivo sería el animal laborans que se explota a sí mismo. Es el agresor y la víctima al mismo tiempo. La depresión irrumpiría en el momento en el que el sujeto de desempeño ya no puede poder. Después de todo, si todo es posible, ¿cómo no puedo? El imperativo del todo es posible es, paradójicamente, aniquilador. Porque, obviamente, todo no es posible. Nada más limitante que no tener límites. Y vivir como si poder poder dependiese tan solo de la (libre) iniciativa de cada uno. Y no poder poder, tener límites, por tanto, fuese un fracaso personal.
Han sugiere que la depresión es un cansancio de hacer y de poder. Solo una sociedad que cree que todo es posible es capaz de engendrar el lamento depresivo de que nada es posible. “Ya no poder poder lleva a una autoacusación destructiva y a una autoagresión”, dice el filósofo. “El sujeto de desempeño se encuentra en guerra consigo mismo. El depresivo es el inválido de esta guerra interiorizada.”
"La autoexplotación es más eficiente que la explotación del otro, porque camina de la mano con el sentimiento de libertad"
La depresión, por lo tanto, sería la enfermedad de una sociedad que sufre bajo el exceso de positividad. “El sujeto de desempeño está sumiso tan solo a sí mismo. En eso es que se distingue del sujeto de obediencia. La caída de la instancia dominadora no conduce a la libertad. Por el contrario, hace que la libertad y la coacción coincidan. De este modo, el sujeto de desempeño se entrega a la libre coerción de llevar el desempeño al máximo. El exceso de trabajo y desempeño se agudiza en una autoexplotación. Esta es más eficiente que una explotación del otro, pues camina de la mano con el sentimiento de libertad. El explotador es, al mismo tiempo, el explotado. Ya no se pueden distinguir el agresor y la víctima”.
Y así, estamos cada vez más libres para trabajar 24/7, o actuar 24/7. Hemos llegado a la paradójica libertad de ser esclavos. Como el cuerpo se rebela, manifestándose en depresiones, insomnios, crisis de ansiedad y de pánico, se dopa el cuerpo. Pero el cuerpo no es otra cosa, no es ni siquiera la casa del alma. El cuerpo es. Así, al mismo tiempo que denunciamos la opresión, la callamos. Como la relación amo-esclavo no puede cuestionarse, menos aún si ambos ocupan la misma persona, el dopaje cumple con la función de censurar las protestas del mundo interior, o de los escombros que quedan de él. Cumple, a nivel interno, el papel de las bombas de gas y de las balas de goma de la Policía Militar en las manifestaciones callejeras contra el statu quo. Pero, aquí, es el mismo individuo el que reprime, censura y silencia y el que es reprimido, censurado y silenciado.
Ser multitarea, otra dimensión del mismo fenómeno, se ve como una capacidad en este momento histórico, una especie de ganancia evolutiva que volvería a la persona mejor adaptada a su época. Es una pregunta de cuestionarios, una cualidad presentada por personas que se venden a sí mismas, una exigencia apuntada por los gurús del éxito. Pronto se convertirá en algo altamente subversivo, desorganizador, que alguien se atreva a decir: "No, no soy multitarea. Me dedico a una cosa a la vez”.
"Ser multitarea es retroceder a un estado salvaje"
Han, así como otros filósofos contemporáneos, está en desacuerdo con esa idea, o esa publicidad. O, también, esa trampa. Para él, la técnica temporal y de atención multitarea no representa ningún progreso civilizador. Se trata, más bien, de un retroceso. El exceso de positividad se manifiesta también como un exceso de estímulos, información e impulsos. Modifica radicalmente la estructura y la economía de la atención. Con eso, fragmenta y destruye la atención. La técnica de la multitarea no es una conquista civilizadora alcanzada por el humano de este tiempo histórico. Al contrario, está ampliamente diseminada entre los animales en estado salvaje:
“Un animal ocupado en el ejercicio de la masticación de su comida tiene que ocuparse, al mismo tiempo, también de otras actividades. Debe tomar cuidado para que, al comer, él mismo no acabe comido. Al mismo tiempo tiene que vigilar a su prole y echarle un vistazo a su compañero(a). En la vida salvaje, el animal está obligado a dividir su atención entre diversas actividades. Por ello, no es capaz de una profundización contemplativa, ni no comer ni no copular. El animal no puede sumergirse contemplativamente en lo que tiene ante sí, pues tiene que elaborar, al mismo tiempo, lo que tiene tras de sí".
"Por falta de reposo, nuestra civilización camina hacia la barbarie"
La contemplación es civilizadora. Y el tedio es creativo. Pero ambos fueron eliminados por el rellenado sin interrupción del tiempo humano por tareas y estímulos simultáneos. Ejecutas una tarea y contestas al teléfono, respondes a un WhatsApp mientras cocinas, comes viendo Netflix e insultando a alguien en Facebook, preguntas cómo le fue en la escuela a tu hijo mientras miras el Twitter, conduces publicando una foto en Instagram, haces un trabajo mientras mandas un correo electrónico sobre otro y así sucesivamente. Dos, tres..., varias tareas al mismo tiempo. Como si eso fuera una ganancia, y no una pérdida monumental, una involución.
Volvamos al modo salvaje. Nietzsche (1844-1900), todavía en su época, ya llamaba la atención hacia el hecho de que la vida humana termina en una hiperactividad mortal si se expulsa de ella todo elemento contemplativo: “Por falta de descanso, nuestra civilización camina hacia una nueva barbarie”.
Frente a la vida desnuda, señala Han, reaccionamos con hiperactividad, con la histeria del trabajo y de la producción. La agudización hiperactiva de la actividad hace que esta se convierta en una hiperpasividad. Nos sumamos a todo y cada impulso y estímulo. En vez de libertad, nuevas coerciones. Solo por medio de la negatividad del parar interiormente el sujeto de la acción puede dimensionar todo el espacio de la contingencia que escapa a una mera actividad. Vivimos, dice, en un mundo muy pobre en interrupciones, pobre en entremedios y tiempos intermedios.
Así, lo que parece movimiento puede ser tan solo una forma de sumarse y de paralizarse. El activo, o el hiperactivo, tal vez sea, de hecho, un hiperpasivo. Si hay un solo tiempo, el del acontecimiento, o si todo es acontecimiento, nada de hecho sucede. En parte, explica la sensación de que todo es efímero, de que el espasmo de un segundo atrás, que produjo gritos y furias, se haya vuelto distante, sustituido por otro que también produce gritos y furias, y que un segundo más adelante ya no será. Y luego no se sabe exactamente por qué se grita y por qué se enfurece, pero el imperativo es seguir gritando y enfureciéndose.
En esta actualidad histérica, la irritación sustituye a la ira. Volviendo a las palabras de Han: "La ira es una capacidad que está en condiciones de interrumpir un estado, y hacer que se inicie un nuevo estado. Hoy en día, cada vez más, da paso a la irritación o al enervarse, que no pueden producir ningún cambio decisivo".
Hay que escuchar el malestar, y no callarlo
La positividad de esta época tiene, a mi modo de ver, un desdoblamiento en esta crisis tan particular de Brasil. Se nos ha instado a ser “optimistas” o a elegir este o aquel lado “para recuperar el optimismo”. Como si la cuestión se diese en torno al optimismo/pesimismo, o como si el optimismo fuese una cualidad moral. Esta positividad también me parece aquí que guarda una relación con la esperanza, como ya he escrito en este espacio. Como si el esperanzado tuviese una cualidad moral más, que lo pondría uno o varios niveles por encima de todos los demás. Y como si ese momento fuese una cuestión de esperanza o de rescate de la esperanza, más allá de las manipulaciones publicitarias más obvias. Poco importa el optimismo/pesimismo, poco importa la esperanza. Se trata de algo más fundamental.
Hay que escuchar el malestar, y no callarlo. Vivirlo en un proceso de interrogación, vivirlo como movimiento. Cargar los límites, sin confundir tener límites con estar paralizado. No hay potencia total, no hay todo es posible, no hay “Yes, we can”. No tener potencia total no es lo mismo que ser impotente. La ilusión de la potencia total es lo que acaba llevando a la impotencia. Hay potencia en decir no, y hay potencia en no hacer. Como intuyó Bartleby, el personaje de Herman Melville, el “prefiero no hacerlo” puede ser un acto de resistencia y de volver a conectarse con la propia humanidad.
"El ordenador es burro porque no es capaz de dudar"
En un paralelo con las crisis del Brasil actual, llama la atención la necesidad de respuestas inmediatas, de explicaciones instantáneas, de certezas. En algunos momentos más agudos, una parte de la propia prensa parece haberse olvidado de hacer preguntas. La exigencia de respuestas inmediatas, de respuestas que no pasen por la investigación y por la interrogación, no conduce a ninguna respuesta. Porque no hay pregunta. Porque el pensamiento está ausente, ha sido sustituido por el reflejo y por el imperativo de rellenar el vacío con palabras. No hay mérito en la velocidad, nadas inmediatos siguen siendo nadas. O algo peor.
Como señala Han, a pesar de todo su desempeño, el ordenador es tonto, en la medida en que le falta la capacidad de dudar. Si el ordenador cuenta de manera más rápida que el cerebro humano y acoge una inmensidad de datos, es también porque está libre de toda y cualquier alteridad. Es, por excelencia, una máquina positiva. Volver esta positividad una cualidad a imitar es una estupidez a la que nos hemos sumado.
Desde hace años oímos a tantos repitiendo por ahí: “Estoy cansad@”. El cansancio, dice Han, es más del menos yo. Pero la tragedia es que “el menos en el yo se expresa como un más para el mundo”. Y, así, la sociedad del cansancio, como sociedad activa, se convierte lentamente en una sociedad del dopaje. Y conduce a un “infarto del alma”.
Amos y esclavos al mismo tiempo, tenemos una oportunidad mientras haya también un rebelde. Escucharlo es preciso. Anestesiarlo no lo es.
Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.
Tomado de: www.internacional.elpais.com